ANDREA JOHANA ZURAY BERNAL BERNAL
Las jornadas etnográficas realizadas en el río Magdalena, el río Suaza y la represa El Quimbo se desarrollaron principalmente en las mañanas, entre las 5:00am -12:00pm, con variaciones de una a dos horas según cada caso. Estas consistieron en acompañar a los y las pescadoras en el ejercicio de su oficio y arte de pesca, donde la observación y conversación fueron permitidas.
Cada jornada iniciaba en los puntos de encuentro definidos por las y los pescadores: en el caso del señor Daniel y de Yurani, estos fueron sus hogares, mientras que con Andy y Jhon el inicio tuvo lugar en lugares cercanos a la represa. Allí se realizaba el saludo y presentación entre los integrantes, la explicación del propósito de la jornada y el diligenciamiento de los consentimientos, que en algunos casos se firmaban al finalizar la actividad. Posteriormente, nos dirigíamos hacia los puntos de pesca en canoa impulsada con motor, solo en el caso del señor Daniel nos desplazamos a pie hacia el río y sus lugares habituales de pesca.
Las jornadas se extendieron más de lo habitual, pues los pescadores explicaban que en su cotidianidad suelen tener un ritmo más rápido de su hacer. Una vez concluida la pesca —ya fuera tras revisar las mallas o recorrer los diferentes puntos de pesca— se regresaba al lugar de partida, donde en algunos casos se compartía un tiempo adicional de conversación antes de la despedida.
Un elemento común y transversal a todas las jornadas fue la presencia del tinto, que acompañó los encuentros y se convirtió en un símbolo de hospitalidad y cotidianidad en la experiencia compartida. Las inmersiones etnográficas fueron realizadas con las siguientes personas:
Daniel Ramírez Suarez-Pescador artesanal del municipio de la Jagua y miembro de una de las seis asociaciones de pescadores afiliadas a la Federación del Huila de Pescadores. La Jornada de pesca con el señor Daniel, fue realizada en el río Suaza, sobre el puente del río Suaza.
(20 de agosto de 2025)
Yurani Castañeda- Pescadora artesanal del municipio de Puerto Seco, de 26 años, madre cabeza de hogar y miembro de Asoquimbo. La Jornada de pesca con Yurani, fue realizada en el río Magdalena, por la zona aledaña de Puerto Seco.
(21 de agosto de 2025)
Andy Lizcano- Pescador de represa desde hace 8 años, oriundo de la vereda San José, ahora habitante de Garzón y miembro de una asociación de pescadores. La Jornada de pesca con el señor Andy, fue realizada en la represa el Quimbo, sobre la zona aledaña a la Cañada. (22 de agosto de 2025)
Jhon Jairo Paladines- Pescador de represa desde hace 1 año, oriundo de Pitalito, ahora habitante de Rioloro, quien anteriormente era maestro de construcción y pescador en el río Caquetá. La Jornada de pesca con el señor Jhon, fue realizada en la represa el Quimbo, sobre la zona aledaña a Rioloro. (27 de agosto de 2025)
En una de las jornadas existió la oportunidad de compartir con la señora Cristobalina Flores, pescadora artesanal, mujer de 64 años; el señor Querubin Flórez de 47 años, hijo de la señora Cristobalina, quien también es pescador artesanal y comerciante de pescado; y el señor Raúl Ávila, de 71 años, esposo de la señora Cristobalina, papá de Querubin, y pescador artesanal reconocido por la comunidad como uno de los más antiguos del pueblo.
Bajo este contexto, las inmersiones etnográficas realizadas a partir del acompañamiento a pescadoras y pescadores del centro del Huila en sus jornadas de trabajo, hicieron visible la diversidad de herramientas, métodos y técnicas que configuran el oficio de la pesca. Cada uno de estos elementos posee funciones específicas, modos de uso y significaciones propias que, al ser observadas de cerca, revelan particularidades que suelen pasar inadvertidas para quienes miran desde afuera. Estas prácticas no solo expresan un saber técnico transmitido generacionalmente, sino también un entramado cultural que distingue y a la vez tensiona las formas de pescar en el río y en la represa.
Las técnicas de pesca han atravesado transformaciones significativas a lo largo del tiempo, motivadas tanto por factores sociales como ambientales. En los relatos de don Daniel y don Raúl aparece el uso de dinamita y pólvora como métodos habituales anteriormente. Sin embargo, ambos coinciden en que estas prácticas fueron progresivamente abandonadas gracias al cambio de conciencia de los propios pescadores frente al cuidado de las especies, a las restricciones y prohibiciones institucionales y a la veeduría comunitaria. La razón de fondo radicaba en que estos métodos generaban mortandades masivas que, en muchas ocasiones, superaban la capacidad de recolección y, además, no permitían seleccionar las especies destinadas al consumo, provocando desbalances ecosistémicos y muertes innecesarias.
Don Daniel recuerda en detalle algunas de estas prácticas hoy desaparecidas, como la dinamita envuelta en mechas cuidadosamente calculadas para detonar justo antes de caer al agua, la adaptación de cohetes para la pesca de bocachico, o el llamado “atilbado”, que consistía en atraer peces con piedritas para luego lanzar pólvora cerca del agua. En contraste, en la pesca de represa no se encontró referencia al uso de dinamita o pólvora desde la construcción del embalse, lo que señala una diferencia importante entre las prácticas ribereñas tradicionales y las transformaciones que introdujo la represa en los modos de relación con el río.
También eran comunes las técnicas de pesca con insumos naturales como el Barbasco, o el zumo de las pencas de fique que se extraía de macerarlo con una piedra; ambas, sustancias venenosas y mortales para los peces. El asunto con esta técnica era la cantidad usada en cada ocasión, pues al no tener una medida regulada, la suma de peces muertos solía ser excesiva, tanto, que podían pasar varias horas y los peces seguían bajando muertos. Lo mismo sucedía con el uso del químico llamado Copertoc, el cual, era vendido en las veterinarias. Este químico, además de generar mortandad excesiva, les dejaba a los peces un sabor muy amargo, por lo que los pescadores debían recogerlos rápidamente para después echarlos en agua limpia y así “desahogarlos”.
De igual forma, don Daniel recordaba otras técnicas antiguas de pesca, como el anzuelo rameado, que consistía en amarrar el anzuelo a una rama de árbol, colgando de lo alto una piedra, mientras la cuerda con el anzuelo se lanzaba hacia la mitad del río. También mencionaba el anzuelo ahogao, donde una piedra —llamada tribo— se amarraba a la suela o anzuelo que contenía seis brazadas o ganchos; este se dejaba en el centro del río, sujetado a una cuerda que se llevaba hasta la orilla, donde nuevamente se fijaba con otra piedra, conocida como plomo, atada a un arbolito. Estas técnicas no son actualmente muy usadas en la pesca de río, por la escasez de peces que hay y el cambio abrupto del caudal del agua.
Actualmente, las técnicas más comunes hoy en día incluyen la pesca con atarraya y chile, redes de forma cónica que se lanzan al agua y se recogen en el mismo movimiento, práctica que suele ser solitaria; el barrido con chinchorro, que consiste en sostener la red rectangular en cada extremo por dos pescadores que avanzan siguiendo la corriente hasta cerrarla, técnica que demanda necesariamente el trabajo colectivo, como se evidenció en la jornada compartida con Querubín y Yurani; y el calandrio, un método que, mientras para doña Cristobalina está presente desde su niñez, para don Daniel constituye un aprendizaje más
"Si llega uno y cuelga uno, como aquí, el nudo por donde empieza a nacer el tejido de la atarraya, tuna y la llena de piedras, amarra acá y pone la cuerda, sobre esa cuerda amarra unos 100 anzuelitos… eso se llama calandrio, eso va atravesado en cierta parte del río”.
Así mismo, doña Cristobalina menciona: “La calandria es por ejemplo yo amarro aquí, y tengo una estaca de la orilla, allá le tiro un muerto, un muerto es un costal con piedras, con peso, entonces ya pongo la cuerda de allá pa’ acá, entonces me voy amarrando anzuelos y así…”. Sin embargo, advierte que esta técnica hoy tiende a desaparecer, pues —como ella misma señala— es “cosa que ya no pasa por las aperturas de las compuertas y lo dañado que está el río”.
En relación a las herramientas usadas en estos métodos o técnicas en la pesca artesanal de río, la atarraya, el chile y el chinchorro se reconocen como las más fundamentales, no solo por su utilidad en la faena, sino por las memorias, destrezas y afectos que resguardan. La atarraya, de forma cónica; el chile, con un ojo más pequeño; y el chinchorro, de diseño rectangular, se mantienen como símbolos de resistencia frente al olvido y la pérdida de los saberes artesanales, procesos acentuados por la tecnificación y por los cambios forzados que trajo consigo la represa. Como recuerda don Daniel:
“Las únicas que no han podido ser hechos por máquina son las atarrayas, porque ellas llevan una mallita que se llama crecido (…) entonces la máquina lo que no ha podido es eso, tiene que ser la mano del hombre, tiene que ser puro artesanal, lo único”.
Así mismo, cada material trae consigo ventajas y desventajas que dialogan con los cambios del río. Por un lado, se establece que la fibra es más resistente frente a las palizadas que arrastran las aguas —acentuadas desde la construcción de la represa—, pero no logra hundirse con rapidez, lo que limita la captura. El nailon, en contraste, se rompe con facilidad, pero desciende más rápido, y en esa agilidad radica su fortaleza. Como señala don Daniel:
“la atarraya de fibra es más guapa, es buena para barrer, y para coger cucha, aguanta el tironazo dura mucho más, pero se demora más tiempo el material en bajar por el agua, por eso hay que echarle más peso para que baje más rápido, mientras que la de Nailon no aguanta tanto, pero baja más rápido”.
Por otro lado, el uso de cada herramienta se relaciona estrechamente con el tipo y tamaño de los peces que se busca capturar. En los relatos de las y los pescadores, el tamaño del ojo de la red —que varía entre 2 y 5 centímetros— aparece como un criterio fundamental, pues permite seleccionar especies y, con ello, sostener prácticas de cuidado que evitan la pesca de ejemplares menores a 250 gramos, especialmente en el caso de aquellas especies que hoy están en riesgo de extinción. El chile suele emplearse para atrapar peces de diversos tamaños, especialmente las pequeñas como el capaz, mientras que el chinchorro y la atarraya se destinan con frecuencia a especies medianas como la mojarra, el bocachico, dependiendo del tamaño de su ojo. En palabras de la señora Cristobalina:
“la red para coger Capaz debe ser de ojo chiquito de 2cm, mientras que para coger la mojarra debe ser más grande, de 5cm.”
En el caso de la pesca en represa, la herramienta más utilizada es la malla, que suele superar los 100 metros de extensión. A diferencia de las redes empleadas en el río, estas no son tejidas de manera artesanal, sino producidas de forma industrial —muchas veces en China— y comercializadas en masa, las cuales una vez se dañan, son botadas, a diferencia de las redes tejidas, pues estas pueden ser remendadas. Ello implica un quiebre con la economía local y con la relación cercana entre pescadores y tejedoras artesanales, pues la malla deja de ser un objeto tejido en y para la comunidad para convertirse en un producto externo y estandarizado, desligado de las manos y del saber que históricamente sostenían el oficio.
La instalación de la malla en la represa inicia con la colocación de un “muerto” —una piedra o peso— en una de sus puntas, lo que permite que la red se hunda, mientras que en la parte superior se asegura con un cordón a una boya, ya sea una bola de icopor o una botella plástica vacía, para mantenerla a flote y desplegarla de arriba hacia abajo. Su uso consiste en recoger la malla con un jalón, revisando en cada movimiento si algún pez ha quedado atrapado en sus hilos. De igual manera, la elección de la malla depende del tipo de pez que se busca capturar: como explica el señor Andy...
“La malla que uso es una menuda, una 10 y media, que sirve para coger mojarra grande o mediana (…) estas van por calibre, hay 10 y media, hay 11, es decir que varía de acuerdo al tamaño del ojo de la malla”
El calibre, que puede ir de 0.20 a 0.25, determina su grosor, aunque también existen calibres como el 0.9 que, según los pescadores, son usados “por personas mal intencionadas” porque atrapan grandes cantidades de peces pequeños, poniendo en riesgo el equilibrio de las especies.
Si bien la malla se ha consolidado como la herramienta predilecta en la pesca de represa, aún persisten pescadores que mantienen el uso de la atarraya. Como comenta Jhon, algunos emplean la conocida como cóngolo, No obstante, el uso de estas herramientas artesanales en la represa se ha visto relegado por las dinámicas impuestas por la apertura y cierre de compuertas, que incrementan la acumulación de palizada en el fondo y generan variaciones abruptas en el nivel del agua —de muy alto a muy bajo—, afectando las posibilidades de pesca y el desempeño mismo de los instrumentos tradicionales.
“aquí hay quienes usan una atarraya que se llama cóngolo, ella no tiene, nosotros le llamamos seno a la parte del doblez donde se mete el pescado, ella no tiene ese seno, ella tiene un nailon por el centro y arriba tiene unas rueditas, cuando la jalan desde el lazo arriba ella se recoge desde abajo y encierra lo que hay”
En las inmersiones etnográficas fue posible identificar otros elementos sustanciales que acompañan la práctica de la pesca, tanto en río como en represa. Entre ellos se encuentra el balde o el tarro de icopor, usado para guardar los peces recién recogidos, cuya ventaja, en el caso del segundo, radica en conservarlos a baja temperatura y, por tanto, por más tiempo.
También aparecen los remos o canaletes, y distintas tipologías de embarcaciones: desde la canoa antigua —conocida como mambote o potrillo, tallada en un solo tronco y movida a canalete o remo— hasta las canoas de lámina, y las lanchas/canoas de madera impulsadas por motor, hoy las más comunes. Junto a estas herramientas están el gancho para extraer el pescado de la malla (aunque no todos los pescadores lo emplean), la cachucha como cuidado frente al sol y las botas de caucho cortadas al tobillo, usadas principalmente en la pesca de río.
Por su parte, el café también apareció como un elemento transversal en todas las jornadas de pesca: si no estaba presente antes o después, lo estaba en el durante. Para Cristobalina, el tinto es incluso un marcador identitario, pues, como dicen, “no hay pescador que no tome tinto, el tinto no puede faltar”, lo cual se hizo evidente en las distintas inmersiones: el señor Daniel y Andy, llevaban un termo de café como parte de su rutina diaria, el cual fue compartido en varios momentos de la faena; y Jhon y Yurani, con quienes el café estuvo presente previamente de iniciar la jornada. Lo anterior da cuenta de que estos implementos, lejos de ser accesorios, condensan dimensiones identitarias, saberes prácticos y adaptaciones que hablan de la manera en que la pesca se sostiene en el tiempo pese a los cambios del entorno.
Sin embargo, en el oficio de la pesca, los instrumentos y técnicas no lo son todo: El uso de los sentidos y el cuerpo, así como el conocimiento del ecosistema, son igual de decisivos. La práctica, sobre todo en madrugadas o en la noche, se sostiene en los sentidos. Como señala Querubín, el oído es guía en la oscuridad: “se debe oír dónde está el reboso” la vista, también se agudiza con la práctica, en palabras de don Daniel. E incluso el olfato se convierte en un sensor del río y sus transformaciones, pues Querubín recuerda que tras la construcción de la represa adquirió
Daniel: “ya se sabe que el que lleva linterna es novato o no es pescador de pura cepa… a nosotros mi papá nunca nos enseñó a alumbrar, la linterna de nosotros eran nuestros ojitos”
Querubín: “un olor distinto, como a picho, es por la descomposición y pudrición de la cantidad de palizada que se va arrastrando cuando la empresa abre las compuertas”.
El cuerpo del pescador es herramienta y memoria a la vez. Don Daniel lo enseña con paciencia al mostrar cómo recoger una mojarra sin lastimarse, sosteniéndola con su dedo introducido en la boca pez mientras lo libera de la red con la otra mano y la guarda en el tarro: un gesto preciso que nace de la experiencia; Querubín y Yurani, lo hacen a través de mostrar cómo la fuerza de los brazos se convierte en una extensión de la red, dándole mayor vuelo y amplitud a la atarraya; y Andy, lo muestra en la rapidez al jalar la malla y la forma de acomodarse en la canoa evidencian una memoria incorporada en cada movimiento. Así, la pesca no depende solo de instrumentos, sino de un cuerpo entrenado que sabe moverse con el río.
Así mismo, el oficio de la pesca se sostiene por los conocimientos territoriales y ecológicos que van más allá del uso del cuerpo o los instrumentos. Como explica Jhon, uno de los aprendizajes más difíciles al iniciarse en el oficio es identificar las propias mallas:
“uno tiene que crearse un mapa mental con las orillas… acá, cada uno tiene su empate, su lugar de pesca, acá cada uno sabe cuáles son sus boyas, sus mallas”
Esa cartografía personal es memoria y orientación, pero también una manera de habitar el río o la represa, de reconocer los espacios propios en medio de un ecosistema compartido y cambiante. Por su parte, los ciclos del agua y del cielo marcan igualmente el pulso de la pesca. Don Daniel recuerda que:
“la luna buena para pescar es la luna nueva y la luna menguante”, mientras que Querubín insiste en que todo depende del estado del agua: “cuando está quietica sale el pescado a cazar y ahí es donde uno sale a cogerlo… si el agua está muy fría también, la mojarra no sale cuando está fría, sale cuando hay calorcito, cuando hay sol es bueno pa’ pescar”.
A ello se suma la lectura de las lluvias y de los vientos, pues como mencionaba Jhon, cuando “se pica la represa” la clave es encontrar un hueco o cenada donde resguardarse, porque arrimarse a la orilla puede significar que la lancha se estrelle contra las piedras. En estas prácticas, el pescador se vuelve lector del ecosistema: interpreta nubes, temperaturas y fases lunares, y en ese diálogo con la naturaleza define sus posibilidades de pesca y de resguardo.
Así, la pesca se sostiene en una combinación de conocimientos territoriales y ecosistémicos, en la agudeza de los sentidos y en la memoria corporal: mapas mentales para reconocer “las boyas” y “los empates”, oído y vista entrenados en la oscuridad, lectura de los ciclos lunares y climáticos, y técnicas del cuerpo que solo se aprenden con los años. En este sentido, no se trata únicamente de atrapar peces, sino de leer y habitar un ecosistema cambiante, con la paciencia y el pulso que otorga la experiencia.
Se reconoce que las y los pescadores artesanales encarnan un acumulado de saberes que otorgan a su oficio un profundo valor en la preservación cultural, no sólo en torno a las prácticas, técnicas o instrumentos de pesca, sino también al relacionamiento, cuidado y manejo del territorio. Así mismo, las inmersiones etnográficas permiten ver cómo estas memorias y técnicas se entrelazan con la vida cotidiana, revelando la manera en que se han construido y expresado las identidades pescadoras en el centro del Huila. La pesca artesanal, más que un medio de subsistencia, se vive como un proyecto de vida y un arraigo cultural profundo.
En palabras del señor Daniel, este oficio encarna...
"La felicidad de la vida, es que vea aquí nos veníamos una manada de pescadores, nos llovía, nos pelábamos las canillas, aguantábamos hambre y nos sentábamos y nos poníamos a reír”.
Su definición revela cómo la identidad pescadora se sostiene en la pasión, en la memoria compartida y en el vínculo afectivo con el río, en contraste con miradas externas que han intentado desligarlos de su oficio, en otras palabras Daniel nos comenta que: “No pasa como Emgesa que compensaban los pescadores y les decían, no es que ellos tienen que coger otra profesión, noo eso pa que lo volteen a uno ya no, así lo pongan a usted de gerente de banco, lo manden allá a contar plata, usted no. La felicidad es hacer lo que a uno le gusta”.
Además, esta identidad se construye también en torno al saber sobre el río, expresado en el conocimiento detallado de sus lugares, nombrados por los propios pescadores: “nosotros nos conocemos el río de pe a pa… el tiro del chulo, el tiro de la garza, el tiro del peñón, el tiro de la nutria”. (Daniel, conversación en campo, 2025)
El señor Raúl, por su parte, recuerda que esa identidad se forja a lo largo de toda una vida junto al río. Sus palabras muestran que ser pescador artesanal no se reduce a un conjunto de técnicas, sino que implica la construcción de una existencia cotidiana en torno al río, donde la pesca se entrelaza con la memoria, los afectos y la forma de habitar el territorio.
“Pues porque yo me crie a la orilla del río y pues desde los 15 años pescando y tengo 71 años, magínese”.
La constancia también se convierte en un rasgo identitario. Andy lo expresa con claridad: “en la represa van muchas personas que solo van a pescar cuando hay buen pescado, a diferencia de mí, que pesco todos los días, de domingo a domingo, sin importar el estado de la pesca”. Esa rutina, que persiste más allá de la abundancia o la escasez, reafirma la pesca como elección de vida, pese a las dificultades económicas. Como él mismo afirma:
“Mire, la canoa se jodió y ahora hay que sacar más plata para arreglarla, a veces este oficio no paga, no más pa’ esto hay que sacar 200, 350… hay que lucharla porque qué… pero no, yo de aquí no me voy, yo soy muy feliz”.
Así mismo, la identidad del ser pescador se forja de igual manera por un camino de aprendizaje y pasión. Como se expresa en la experiencia de Jhon, quien, tras haber trabajado en la construcción, llegó a la represa motivado por su gusto por la pesca y por la guía inicial de un amigo, aunque afirma que gran parte de lo aprendido ha sido fruto de “atravesar mis propios errores, porque así se aprende más”.
En su caso, la identidad de pescador se teje tanto en la transmisión entre pares como en la experiencia vivida. Su relato muestra que ser pescador artesanal no depende solo del tiempo en el río, sino de la pasión que sostiene el oficio:
“Porque esto es de altas y bajas y si uno viene con ambición de llenarse los bolsillos, pues sencillamente se va a salir corriendo apenas el pescado falsee un poquito… aquí hay personas viejitas que pescan por gusto”.
Aunque reconoce que “el oficio de la pesca se desprecia, no se valora”, insiste en que lo que lo mantiene es el gusto, la curiosidad y el vínculo con el río, donde la pesca se convierte en un proyecto de vida elegido.
Es así, que los testimonios de pescadores como Daniel, Raúl, Andy y Jhon demuestran que este oficio es, ante todo, un proyecto de vida que da sentido a la existencia. Se trata de una identidad y elección sostenida en la constancia, la pasión, en la cercanía con los instrumentos construidos a mano y en el vínculo afectivo con el río, incluso frente a las dificultades económicas o las transformaciones impuestas por actores externos.
Ahora bien, en relación con los saberes que orientan la salvaguarda del oficio y de su circuito económico —que abarca el abastecimiento, la comercialización y el consumo—, se destacan aquellos vinculados al cuidado del río, de las especies de peces y del propio oficio, así como los saberes sobre las especies de peces y los criterios de selección del pescado en función de su calidad y sabor.
En este sentido, la pesca artesanal también cobra identidad y relevancia patrimonial al ser atravesada por una conciencia compartida, traducida en reglas y prácticas de cuidado, aunque muchas veces estas se vean tensionadas por la necesidad económica, presión del mercado y la escasez de peces producida por proyectos que desequilibran ecosistemas y sociedades, como el caso de la Hidroelectrica el Quimbo y el Embalse de Betania.
Andy, por ejemplo, cuenta que como acuerdo común está el no coger mojarras de ¾ o menos, pues hacerlo genera un desbalance en la población. Sin embargo, recuerda que como práctica contraria
“El error de aquí fue el comprador, y uno también… porque sabiendo que usted está haciendo un daño y va y lo hace, que porque el mayorista lo compra… sacaban 250 libras, puro por hacer el daño porque usted por sacar todo ese pescado, lo pagaban a 1000 pesos”.
La consecuencia de esas malas prácticas, según explica, fue la desaparición de la carpa, que ya casi no se ve en la represa, una especie abundante y de gran tamaño que sostenía buena parte del comercio local. Por eso insiste en la necesidad de controles, para evitar que a la mojarra le ocurra lo mismo.
De manera similar, don Raúl afirma que lo ideal es cuidar el tamaño de las especies que se sacan, pero señala que esto es complicado cuando los intermediarios compran peces pequeños, como sucede con el pataló; ante lo cual, para él, la solución podría ser que la misma comunidad vigile estas prácticas y que existan sanciones, pues se dimensiona el alcance de los perjuicios que generan las mismas: “en últimas, descuidar las especies es hacerse daño a uno mismo”.
Por su parte, Jhon asegura que con los cuidados necesarios se puede vivir de la pesca sin otro ingreso. Entre esos cuidados menciona el tamaño del ojo de la malla, que no debe ser muy pequeño, y la devolución de peces menores a ¾, Asimismo, don Daniel coincide en la importancia de devolver los peces pequeños al río; sin embargo, reconoce que, en la práctica cotidiana marcada por los impactos de la represa y los cambios abruptos en el entorno, esa regla se vuelve difícil de sostener en tiempos de escasez:
“Eso es también conciencia de cada pescador, aquí la mayoría cogemos conciencia y no los cogemos así de pequeños”.
Jhon
“Como no hay nada pues le toca a uno que (cogerlo)… hay escasez de pescado, no hay pescado”.
Daniel
Por su parte, en relación a los saberes sobre las especies de peces y los criterios de selección del pescado en función de su calidad y sabor, en relatos compartidos por el señor Daniel y Yurani se logra dilucidar un gran conocimiento sobre las especies que habitan o habitaron el río y algunas de sus características más relevantes.
Don Daniel explica que la cucha se pesca con atarraya de ojo pequeño, entre noviembre y marzo, y en ocasiones en agosto con una “mitaquita”. Es una de las especies más costosas, cuyo valor aumenta con el tamaño (30–40 mil pesos la libra), y es considerada localmente como “el afrodisíaco de los pobres”. También menciona otras especies como el berrincho o berechicha, de difícil hallazgo pero gran tamaño; la sapa, que no crece tanto; la crecedora, que no debe lavarse tras ser rajada; así como el bocachico, el capaz y la mojarra, siendo esta última la más común en la actualidad. Agrega además peces menos conocidos pero apreciados, como el cororo y el zapatero —largos y de sabor especial para el caldo—, o el “negro”, hallado en quebradas como la de Las Damas, reconocido tanto por su sabor como por su valor medicinal, pues se considera que ayuda a mujeres lactantes a estimular la producción de leche.
En un sentido similar, Yurani recuerda que aún se pueden encontrar especies como la nicura —un capaz pequeño o mediano—, la mojarra y el bocachico; mientras que otras como el peje, el pataló, la dorada y la misma cucha se encuentran hoy en riesgo de desaparición, pues “no tienen donde poner los huevitos”. También señala el caso de la carpa, especie vidriosa y poco apetecida para el consumo humano, que sin embargo se cultiva y se suelta en el río para servir de alimento a peces depredadores.
De manera complementaria, Andy y Jhon resaltan aspectos distintos pero interrelacionados sobre las especies que se pescan y los criterios de selección ligados a la calidad y al consumo. Andy explica que en la represa predominan la mojarra y el bocachico, aunque en tamaños medianos y pequeños, y recuerda que en algún momento llegaron a comer sardina por su abundancia, aunque esta carece de valor en el mercado porque “no hay quien la compre”.
Jhon, por su parte, enfatiza en el sabor y las diferencias entre especies. Su preferida es la dorada, a pesar de ser más espinosa, porque como depredadora tiene un sabor más rico que el bocachico o la mojarra, que describe con un gusto “más a palo o a tierra”. Además, distingue entre la mojarra criolla o guapote —identificada por su joroba— y la mojarra de cultivo; para él “las mojarras de acá son muy sabrosas”, refiriéndose a las que se hallan en la represa.
En conjunto, estos relatos muestran que la pesca no se reduce a capturar peces, sino que integra saberes prácticos y éticos orientados al cuidado del río, de las especies y del oficio mismo. Son conocimientos que combinan técnica y respeto: reconocer ciclos del agua, valorar la calidad y el sabor de cada especie, y establecer prácticas que aseguran la continuidad del recurso.
las interacciones observadas durante el acompañamiento a las jornadas de pesca se configuran así mismo como dimensiones fundamentales que caracterizan, condicionan y hacen posible los diversos haceres en torno al oficio. En ellas resultan especialmente relevantes aspectos como la distribución de roles, las formas de relacionamiento tanto entre pescadores como con actores externos, y las vivencias en relación al género; los cuales han adquirido matices distintos antes y después de la construcción de la hidroeléctrica.
En cuanto a las relaciones e interacciones internas, se observan tanto aspectos positivos como negativos. Los relatos de Yurani, Daniel, Jhon y Andy evidencian tensiones entre quienes practican el oficio, intensificadas por las transformaciones socioespaciales generadas por la hidroeléctrica y otros proyectos productivos hegemónicos, que han afectado el valor del oficio y sus condiciones óptimas de desarrollo. Al mismo tiempo, se rescatan prácticas de convivencia basadas en un entendimiento compartido sobre el río, el agua y la posibilidad de vivir bien del oficio.
Yurani, al referirse a las dinámicas internas de Puerto Seco, explica que las interacciones históricamente se basaban en el entendimiento de que “no hay dueños del río” y respeto por normas colectivas, pues “hay una persona que va llevando la organización de las barridas, de acuerdo a los sectores del río, entonces se suele preguntar, ¿Quién va en la barrida? Y así se van tomando los turnos o lugares de pesca”; sin embargo, también advierte que, pese a esta organización, a causa de las condiciones actuales de escasez “nunca faltan las peleas o disputas por la misma necesidad de las personas”, llegando en ocasiones a enfrentamientos físicos con peinillas.
Así mismo, en los relatos de don Daniel se evidencia cómo las interacciones entre pescadores cambiaron tras la construcción de la represa, pues la escasez de peces actual ha intensificado la competencia y debilitado los espacios de diálogo, compañerismo, la confianza que antes marcaba el oficio como los acuerdos de respeto mutuo y fidelidad que se daban entre las duplas de piloto y pescador que compartían años de trabajo y secretos sobre los mejores charcos. Hoy predominan tensiones y conflictos.
Adicionalmente, es de reconocer que para don Daniel, más allá de las condiciones actuales, siempre hay personas aprovechadas “eso hay mucho malandro, mucho muérgano”; y lo explica con una situación cotidiana: alguien que lo ve pescar a las 4 a.m. llega al mismo charco al día siguiente a las 3 a.m., reduciendo así las posibilidades de pesca para él y para otros, “en esta vaina hay mucha guerra”.
Por su parte, y como otro elemento en común con los anteriores relatos, Jhon advierte que los conflictos entre pescadores son frecuentes y suelen estar ligados a los espacios de pesca, como ejemplo comentaba como un pescador de la represa no permite que otros tiendan sus mallas en cierta zona, argumentando que lleva ocho años en el oficio y que es él quien limpia el terreno cada vez que baja el nivel del agua.
La desconfianza entre pescadores también se evidencia en el robo de redes o la revisión de mallas ajenas: “entre ellos mismos se las roban, se las quitan”; sin embargo, frente a estos conflictos, su postura, reflejo de un ánimo colectivo, es mantenerse neutral: “yo no puedo juzgar por sus errores pasados porque usted no me ha hecho nada, es que yo no soy nadie pa’ juzgar… así funcionan las cosas y así uno vive sabroso”(Jhon, conversación en campo, 2025). Esta actitud ha convertido su rancho en un espacio de encuentro y respeto, donde comparte lo que tiene y recibe alimentos como pan, yuca o plátano, fortaleciendo la reciprocidad y ofreciendo un respiro frente a las tensiones del oficio.
Así mismo, aunque resaltando los valores convivenciales positivos, Andy manifestaba que si bien hay “quienes se alborotan” , como la familia Jobeños, quienes cobraban por el plante de pesca, en la represa los pescadores suelen resolver los conflictos por la ocupación de lugares de manera acordada, buscando otros sitios cuando alguien llega a una zona ya ocupada, o acordando, por ejemplo no pagar cobros injustos, pues manifiesta Andy, como un saber y sentir común que “¿cómo va a vender esto si esto (el agua) no es suyo?”.
Con respecto a las interacciones dadas con actores externos, se evidencia de manera palpante el relacionamiento con funcionarios (inspectores o supervisores de predios) o agentes estatales (policía) que velan por los intereses y, en teoría, terrenos o propiedades de la empresa Enel; como ejemplo de esto, Yurani contaba, en relación a algunos terrenos circundantes del río Magdalena sobre la altura de Puerto Seco, que esas tierras ahora pertenecen a la empresa y que, si bien hubo personas que intentaron reclamar zonas para poder estar, por los perjuicios ocasionados por la represa, la empresa negó la posibilidad al enunciarse como propietaria de estas tierras, lo cual ha generado diferentes acciones violentas como quitar los cultivos (maíz, patilla, yuca, plátano), y las ranchas que usan los y las pescadoras para realizar más fácilmente sus jornadas. Andy también comenta como Enel iba, hace unos 5 meses, constantemente a desmontar la rancha de él y sus compañeros, porque la empresa no permite sembrar y que las personas se asienten en las tierras para que no puedan reclamar derechos de propiedad.
las interacciones observadas durante el acompañamiento a las jornadas de pesca se configuran así mismo como dimensiones fundamentales que caracterizan, condicionan y hacen posible los diversos haceres en torno al oficio. En ellas resultan especialmente relevantes aspectos como la distribución de roles, las formas de relacionamiento tanto entre pescadores como con actores externos, y las vivencias en relación al género; los cuales han adquirido matices distintos antes y después de la construcción de la hidroeléctrica.
En cuanto a las relaciones e interacciones internas, se observan tanto aspectos positivos como negativos. Los relatos de Yurani, Daniel, Jhon y Andy evidencian tensiones entre quienes practican el oficio, intensificadas por las transformaciones socioespaciales generadas por la hidroeléctrica y otros proyectos productivos hegemónicos, que han afectado el valor del oficio y sus condiciones óptimas de desarrollo. Al mismo tiempo, se rescatan prácticas de convivencia basadas en un entendimiento compartido sobre el río, el agua y la posibilidad de vivir bien del oficio.
Por otro lado, según relata Andy sobre una reunión de las y los pescadores de La Cañada con universidades y representantes de la empresa, se evidencia que las interacciones con actores externos varían según los intereses y posibles beneficios de cada parte. Por ejemplo, la empresa Enel, al solicitar veeduría sobre las regalías “a Garzón le ingresaban 3.000 millones de pesos por regalías” que anualmente, desde el 2015, ingresan a la alcaldía —las cuales no se reflejan en beneficios para las personas afectadas por la represa—, incorpora a los y las pescadores en esta acción política y ciudadana, estableciendo una forma de articulación que involucra a actores que, de acuerdo a los relatos previos, se encuentran en constante tensión.
Ahora bien, en términos de género, Yurani relataba que las interacciones para las mujeres han estado marcadas por condiciones sustancialmente diferentes, pues han sido históricamente discriminadas como pescadoras no solo entre las mismas comunidades, sino fundamentalmente en las interacciones con actores externos. Por ejemplo, comentaba que, cuando se solicitan revisiones para censar el pescado que había sido marcado por la empresa (Enel) con el fin de garantizar un seguimiento de las especies, solo se convoca y reconoce económicamente a los hombres, desconociendo que también hay mujeres que pueden y saben realizar estas gestiones.
De igual manera, estas formas de discriminación e invisibilización hacia las mujeres pescadoras también se evidenciaron en el censo realizado por la hidroeléctrica en los inicios de su gestión, donde ellas no fueron incluidas. Esta exclusión, sin embargo, hoy es objeto de disputa: son las propias mujeres quienes exigen su reconocimiento en el nuevo censo que realizará la empresa Enel, en cumplimiento de la sentencia T-135 de 2013, logro dado por la movilización social de los y las pescadoras del Centro del Huila.
Por lo tanto, las interacciones, tanto internas como externas, deben entenderse como situadas y condicionadas por el contexto coyuntural y los actores que las protagonizan, así como por factores permanentes, como la voluntad de los y las pescadoras de mantener buenos relacionamientos y cuidar su oficio y a sus pares.
Como complemento las relaciones económicas también han sido condicionadas y transformadas de maneras negativas por los efectos que ha generado la construcción de la hidroeléctrica al observar un contraste importante entre los pescadores de río, afectados por esta, y los pescadores de represa supeditados a relaciones económicas particulares.
Anteriormente, la venta del pescado de río seguía rutinas más estables y predecibles. Don Daniel recuerda que los domingos, martes y viernes, después de pescar cucha y disfrutar del caldo o sancocho, su padre enviaba a los hijos a vender la cucha en Altamira, a unas dos horas de camino; en ese tiempo, la venta se realizaba en el parque principal o de puerta a puerta, y las personas ya referenciaban a los pescadores como vendedores habituales. Yurani y la señora Cristobalina complementan este panorama histórico, señalando que antes la pesca era tan abundante que después de calandrias y recoger el pescado en distintos momentos del día, solía ser vendido en la carretera al público general o, cuando había grandes cantidades, acudían a plazas de mercado como Neiva o Gigante para comercializar todo lo recogido.
Actualmente en contextos como Puerto Seco y La Jagua, debido a la escasez, el abastecimiento alcanza solo para consumo propio, como relatan Yurani, Cristobalina, Raúl y Querubín, o se limita a pedidos puntuales de conocidos que incluso habitan en otras regiones como lo ejemplifica don Daniel quien actualmente el poco pescado que recoge se lo vende a un conocido que vive en Cali.
Sobre los precios, el señor Daniel relata que cuando tiene que vender “al por mayor mal lavado en Garzón lo pagan a 3.500 la libra”, mientras que él vende bien lavado la mojarra a 5.000 y el capaz a 10.000 la libra.
Las dificultades actuales han obligado a una transición económica en las familias pescadoras. Algunas han tenido que buscar empleo en centros poblados cercanos, dedicarse al cultivo —arriesgando pérdidas por inundaciones— o incluso al minado en las riberas del Magdalena. Yurani explica que esta última actividad, aunque actualmente bien retribuida (“se paga cada décima de oro a 32.000, lo que significa que con un gramo de oro –10 décimas– se obtienen 320.000”), conlleva riesgos similares a los de la pesca por las crecientes inesperadas y, además, es una práctica prohibida, perseguida por instituciones como la policía.
Por su parte, la pesca de represa ha generado condiciones económicas más estables que la pesca de río, al existir canales de comercialización consolidados que permiten vender el pescado de manera regular, aunque este no sea siempre bien pago. Sin embargo, esta estabilidad no siempre se acompaña de prácticas de cuidado sobre el tamaño o crecimiento de las especies, lo que impacta la sostenibilidad del río. Pues como cuenta Andy, la carpa se acabó por el exceso de pesca sin regulación del tamaño “Acá hubo un tiempo de Carpa… eran grandes de 40-50 libras y a nosotros nos tocó crear el comercio… un man de Pitalito vino y nos dijo, nosotros le compramos toda la que salga pero la queremos viva, y nosotros la echábamos en jaulones”.
Además, estas economías suelen estar mediadas por un reducido número de distribuidores locales que integran redes comerciales más amplias, enviando el pescado a ciudades como Barranquilla y limitando la autonomía económica de los pescadores. Sobre esto, Andy señala que en momentos de bonanza existen dos mayoristas, César y Arturo, quienes pagan poco por el pescado y a quienes los pescadores entregan sus capturas en los puertos de salida diariamente sobre las 10:00-10:30 de la mañana.
Así mismo, Jhon comenta que en Río Loro, la venta se realiza casi a diario a compradores locales y turistas: “Aquí viene el comprador a comprarlo, jah, aquí falta es pescado pa vender… aquí vienen dos compradores, todos los días vienen. Cuando uno la logra vender al público, a gente turista que viene (sábados y domingos) pues es bueno, se vende a 4.000 la mojarra, ese barbudito (el capaz), vale a 10.000 la libra, y por ahí a 11 el bocachico, pero cuando ya es el comprador, pues paga la mojarra a 3.200 pesos, ese barbudito lo pagan a 8.000 y el bocachico a 10.000”
En general y de acuerdo a lo observado, se puede identificar que la venta del pescado suele realizarse de manera inmediata y en efectivo, sin evidenciar relaciones económicas basadas en confianza, como trueques o préstamos. Esta dinámica refleja no sólo la pérdida de la pesca como fuente de ingreso estable, sino también la ruptura de prácticas culturales y sociales que tradicionalmente acompañaban la actividad comunitaria.
En relación con las temporalidades ecosistémicas, y en contraste con las relaciones económicas, las alteraciones en los niveles y condiciones del agua, ocasionadas por la apertura y cierre arbitrarios e ineficientes de las compuertas de la hidroeléctrica, se reflejan tanto en el río como en la represa, afectando no solo el oficio de la pesca sino también la seguridad y saberes ecosistémicos de los y las pescadoras. Sin embargo, las observaciones etnográficas muestran que estos saberes persisten incluso en contextos de cambio, funcionando como guía para la defensa y preservación del oficio al manifestar indicadores para la pesca.
Al compartir con el señor Daniel, pudimos conocer algunas de las temporalidades ecosistémicas que se dan en el Rio Suaza. Para él la temporada de verano, de acuerdo a su memoria, suele terminar en los meses de septiembre, donde empiezan de nuevo las temporadas de lluvia que van hasta mediados de diciembre, del 12 al 15 de diciembre retorna el verano que llaman verano de navidad, y luego en los primeros 12 días de enero, se hacen las cabañuelas (un conjunto de métodos tradicionales de predicción meteorológica) para saber cuáles van a ser en el año las temporadas de lluvia y de verano.
Así mismo, comenta que los indicadores para saber cuándo o no pescar eran: los Chulos de mar o también llamados las grullas, en el saber popular se decía que si había grullas era porque no estaba buena la pesca; la luna pues “la llena y la menguante son las mejores pa la pesca, cuando esta nuevita eso no es bueno”; la temperatura del agua, que “si está muy fría el pescado se esconde”; y la hora, sobre esto último no hubo explicación. En contraste el señor Daniel nos cuenta sobre la sequía del río y sus afectaciones generada por el cierre de compuertas que
“No, eso cuando la merman allá a la altura del viaducto, nos mandan a sacar escoba, a reciclar, quedamos totalmente que no podemos ni pa una changua, limpio, limpio, nadie tiene espacio en el río”…“No se coge ni un capacito, ninguna clase de pescao, está muy berrionda la pesca y como si fuera poco, perder el derecho al rio, por la no minúscula razón de que se quede casi seco”.
Por su parte Yurani me cuenta otro indicador sobre el estado del río Magdalena, pues me cuenta que cuando el río está guateando (sacando el agua hacia las orillas), significa que el agua está muy movida y por eso es muy difícil que haya peces.
Sin embargo, el señor Raúl menciona que, aunque haya indicadores, no se pueden saber las temporalidades del río actualmente “La comunidad no tiene como adivinar, enterarse o prevenirse de esos ritmos…La única manera es que tengan ustedes un contacto directo con la empresa”. Además, cuando “Le aflojan a la represa” el pescado se esconde, por lo que no se puede ni tilinguear (Tilinguear – técnica de pesca con biscochos, tripas de pollo, ajo).
Adicionalmente el flujo de peces también ha sido condicionado por las disposiciones de la represa, por lo que la preservación de las especies se ve afectada y de igual manera los ciclos que podían marcar las épocas de apogeo. Querubín comenta que de 100 crías que sueltan solo la mitad sobreviven por no contar con las condiciones óptimas de crecimiento, de las 50 que quedan vivas, 25 pueden ser cogidas por pescadores, dejando el restante en el río por el tamaño, para que puedan continuar con su ciclo de crecimiento, sin embargo, a causa de las necesidades de consumo, algunos de estos peces pueden ser tomados de igual manera por pescadores, en etapas muy pequeñas, impidiendo su desarrollo y posterior reproducción.
Las temporalidades del río se han visto radicalmente alteradas por esta dinámica: A causa de los diferentes cambios en su nivel y fuerza, ha tomado un nuevo curso de paso; los pescadores y pescadoras ya no pueden identificar, como antes, los puntos buenos de pesca; los peces ya no logran reproducirse ni desovar en los tiempos adecuados; el agua emite con frecuencia un olor a podrido debido a las palizadas arrastradas; el agua al no tener un nivel de oxigenación ya no es permisible para consumo; y, además, corren el riesgo permanente de enfrentarse a una avalancha imprevista cada vez que salen a ejercer su oficio.
Sobre esto Querubin menciona que “Lo peor es que ellos lo saben” porque “cuando la sueltan de a poquitico el río se mantiene, pero cuando las abren abruptamente el río se revuelca mucho”. En otras palabras, para él hay intencionalidades adrede en estas acciones “para no tener que arreglarle nada a las personas”.
Ahora bien, sobre la represa las condiciones no varían mucho. Jhon al referirse sobre el nivel del agua, menciona que este depende de la apertura y cierre de compuertas que se realiza “cada que se les da la gana desafortunadamente”.
Sobre los indicadores de pesca Andy menciona que hay un factor natural que genera importantes variaciones en las condiciones para la misma, pues a causa de los vientos (agosto) y lluvias la represa se suele a veces picar mucho, es decir que sube mucho el oleaje y el agua se pica, lo cual genera que los peces se escondan, y es peligroso para los pescadores. Jhon complementa esto diciendo que se debe buscar inmediatamente una cenada o hueco para resguardarse, porque al irse a las orillas, se corre el riesgo de que la lancha se pegue contra las piedras.
Como se ha evidenciado en apartados anteriores, cada pescador posee experiencias vividas que, aunque puedan coincidir en ciertos aspectos, reflejan también rasgos únicos de su historia de vida y práctica del oficio. De igual manera, los aspectos espirituales y simbólicos vinculados a la pesca se manifiestan tanto en relatos que se complementan como en algunos que se destacan por la singularidad de cada persona.
Para la comunidad pesquera de río y represa, los relatos sobre aspectos espirituales y simbólicos constituyen un elemento cultural que otorga significado al río y a sus seres. Don Daniel, por ejemplo, relata que en diferentes horas de la noche o madrugada se pueden escuchar al Silbador, al Cazador o algún atarrayaso, sin presencia física visible; además, cuenta que él mismo ha visto a la Candileja, representada por tres fuegos —comadre, compadre y ahijado— y al Paila, un niño similar al Tunjo pero moreno: “yo he visto sus huellas en la arena y le he escuchado los pasos”. Ante la pregunta sobre si estas experiencias le provocan miedo o representan peligro, responde que no, que son simplemente espíritus del río, o posiblemente guardianes, de manera complementaria, Yurani recuerda que...
De manera complementaria, Yurani recuerda que “Por allá hay un hueco que le dicen el Poira, que, porque según ahí escuchaban, miraban ahí a una persona y que según cuando uno iba a pescar ahí, él lo dejaba pescar, pero si uno le llevaba tabaco”. Sin embargo, en Puerto Seco estas historias han ido desapareciendo, especialmente desde la construcción de la represa, pues, como comenta Querubín, “esos manes nos abandonaron”.
Andy en contraste con la calma con la que Yurani o el señor Daniel hablan de estos relatos, comenta con un poco de escozor esta historia que sucedió en aguas de la represa.
“Ahí en Santa Rita, en los lagos, había una finca y entonces llegó una parejita a quedarse, a pescar, la canoa estaba cuadrada por un pasadero, bueno, entonces les dijeron que si quedaban y se quedaron, al otro día nosotros llegamos temprano y ya se estaban alistando, y dijeron, eso anoche no nos dejaron dormir, eso era el duende o alguna persona, eso no nos dejaron en paz, dijeron, se subieron a la canoa y golpeaban la canaleta y joda y nosotros nos asomamos y fua, al agua, dijeron, volvíamos y nos acostábamos y otra vez a la canoa, no nos dejaron en paz”.
Sin embargo, como se mencionaba en principio, la espiritualidad también se vive y expresa de maneras particulares en cada pescador/a, pues esta puede verse reflejada en posicionamientos frente al cómo relacionarse o en la configuración de rituales que generan agradecimiento, confianza o bienestar frente al oficio de la pesca. Por ejemplo, Jhon manifiesta cierto escepticismo frente a la creencia en entes espirituales en el río, señalando que “hasta no ver no creer”. Sin embargo, su espiritualidad se articula profundamente con su religión cristiana, viviéndola como un diálogo constante con Dios y enfocándola en su quehacer cotidiano:
“yo por ejemplo voy a extender mis mallas, yo ese día antes o en la madrugada yo le pido a dios que me direccione en la parte donde las voy a poner, a extender y pues ya uno se enseña a tener ese diálogo, ese vínculo con dios… en medio de la oración dios me regala las cosas, en medio de esa concentración dios llega y le pone a uno: pum! En tal parte, de tal manera, usted aprende a escuchar eso. Eso es lo que yo hago”.
De manera similar, Yurani y Querubin, expresan su espiritualidad al construir, lo que podría considerarse, un ritual o augurio, pues al momento de iniciar o culminar su jornada de pesca se echan la bendición y expresan “gracias a dios sanos y salvos”. Contrario a la vivencia del señor Daniel, quien comenta que no es mucho de ir a la iglesia, pero sí le resulta importante actuar y compartir con las personas de buena manera, porque, como él mismo señala, “a mí me duele mucho la injusticia”, y por ello procura hacer el bien.
Para Andy, aunque no se considera particularmente espiritual, sí mantiene una práctica ritual vinculada a su identidad como pescador: enciende y fuma un cigarrillo, en palabras de él, únicamente durante sus jornadas de pesca, lo cual le hace sentir tranquilo. Además, comenta que se trata de una práctica adquirida desde que comenzó a pescar. En la inmersión con Andy pude ver que esto era una práctica colectiva/compartida al ser replicada por los pescadores de la zona.
Como elemento común a lo largo de los apartados desarrollados en este escrito, se observan los múltiples impactos —sociales, económicos, culturales, ambientales, individuales y espirituales— que la construcción de la represa hidroeléctrica ha generado en el territorio. Estos efectos no solo se hicieron evidentes desde el momento de la ejecución del proyecto, sino que persisten hasta la actualidad, transformando las dinámicas comunitarias, las prácticas productivas, los saberes tradicionales y las relaciones con el entorno natural, dejando huellas profundas en la vida cotidiana de los pescadores y sus familias. A continuación, se presentarán algunos de ellos que pudieron ser evidenciados y conocidos durante las inmersiones etnográficas.
Uno de los casos más representativos es el del señor Daniel, quien narra cómo la represa marcó su vida de manera directa. Él recuerda que tenía derecho a un lote de unas cinco hectáreas y a una casa, pero la empresa realizaba la reubicación sin considerar las preferencias de las personas, por lo que, en contra de su voluntad, iban a ubicarlo en zonas como el Llano de la Virgen, Zuluaga o Gigante. Ante esto, comenta que “A mí me compensaron lo de la casa, pero no por el arte, por el oficio… a mí tampoco me compensaron por lo de la parcela”. Según explica, las tierras compradas por la empresa en La Jagua no fueron restituidas a quienes las habitaban originalmente, sino entregadas a personas externas a la comunidad: “A los Jagüeños los desplazaron. Por ejemplo, a la Escalereta que quedaba allá en el viaducto la movieron para acá”.
Adicionalmente, en lo referente a las dificultades de compensación, la asociación de pescadores de la cual hacía parte el señor Daniel —conformada entonces por cinco integrantes— recibió por parte de la empresa apenas 50 millones de pesos, que debían ser repartidos de manera equitativa. A ello se sumó la promesa de comprarle su casa por 48 millones, lo que lo llevó a pedir prestados 5 millones a su hijo para adelantar la documentación. Sin embargo, la empresa nunca concretó el pago.
Frente a la falta de respuestas, Daniel decidió emprender un proceso jurídico, dispuesto incluso a llevarlo hasta las últimas instancias: “yo me consigo un pedazo de cadena y yo voy y me les amarro allá”. Finalmente, gracias al contacto con una funcionaria que lo remitió al procurador, pudo iniciar un proceso, en el que después de que el juez fallara a favor de la empresa y tras varias apelaciones, fuera llamado a una conciliación en Neiva, donde solo logró recibir 28 millones de los 48 que le correspondían. Ante la presión de los funcionarios, que le advertían que si no aceptaba esa suma se quedaría sin nada, optó por conciliar: “mejor pájaro en mano que cien volando”. En conclusión y en palabras del señor Daniel “a mí me tumbaron lo de pescador y me tumbaron lo de la parcela”.
Otra muestra de las múltiples afectaciones la representan las experiencias de Yurani y Querubín. En su caso, Querubín recibió una indemnización de 32 millones, y comenta que hubo quienes lograron obtener hasta 60 millones. Yurani, en cambio, no fue reconocida en el censo por el hecho de ser mujer. Ambos coinciden en que esas compensaciones fueron insuficientes e injustas, pues no garantizan una subsistencia estable: el dinero se acaba pronto y, en últimas, se niega el derecho presente al territorio y al trabajo.
Estas situaciones continúan repitiéndose en la actualidad. Yurani relata: “A nosotros nos dieron un kit valorizado en 5 millones que incluía una motobomba, unos motores, una guadaña, un termo pa echar pescado y una pesa pa pesar el pescado. Pero qué pasó, que nos dieron ese kit y se lavaron las manos”. A ello se suma que, tras una avalancha provocada por la apertura irresponsable de las compuertas de la represa, muchos de esos insumos se perdieron con el agua
El caso de Andy, antiguo habitante de San José, introduce algunos matices frente a los impactos de la hidroeléctrica. Aunque reconoce los efectos negativos del proyecto, su experiencia personal muestra particularidades que lo diferencian de otros pescadores. Según recuerda, en San José la vida se vivía muy bien, pues antes de la represa salía todos los días al río a pescar y nunca había jornada mala, “todos los días iba a la fija”. Además, contaban con cultivos de pancoger, por lo que la comida nunca faltaba.
Después de llegada la represa, contaba que, aunque no había sido incluido dentro del proceso de reubicación por falta de escrituras públicas, pues en palabras de él “tenía la casa en el aire”, no había quedado mal, pues decidió vender su casa e irse por su cuenta, decisión favorable porque la empresa quería comprarle la casa por un valor de 3 millones, mientras que de manera independiente logró venderla en mucha más plata.
Al reflexionar sobre las dinámicas comunitarias frente a la empresa, Andy menciona que no estaba de acuerdo con que la comunidad no se pusiera de acuerdo para aceptar las compensaciones ofrecidas por la empresa, aunque reconoce que no por esto estaba de acuerdo con las acciones de la empresa, en palabras de él “Yo no estaba a favor, pero eso ya era una realidad, era pelear contra un monstruo, ya lo que tocaba era pedir mejores condiciones, porque era una multinacional, ellos manejan mucha plata, ellos lo que le dieron a la vereda no es nada y fuimos los más perjudicados y pa ellos eso no es nada”.
Agrega que “son empresas que vinieron y pues yo sé que esto aparte que es beneficio por un lado es perjuicio para el otro, porque esto, imagínese, desplazaron gente, desemplearon gente, están generando una energía que a nosotros no nos beneficia, que según los estudios nosotros estamos pagando la energía más cara, teniendo el departamento con más represas dentro y pagando la energía más cara, ósea, yo digo que eso no nos beneficia, pero yo digo una de las cosas, pelear con el gobierno es duro, esa gente lleva todas las de ganar, a ellos es mejor no darles papaya”
Yurani, por su parte, relata con contundencia los impactos que atraviesa actualmente la comunidad de Puerto Seco. Uno de los hechos más recientes ocurrió en junio, cuando una avalancha, provocada por la apertura arbitraria e irresponsable de las compuertas de la represa, ocasionó graves pérdidas materiales: motores, lanchas, cultivos, viviendas y otros elementos fundamentales para el trabajo y la subsistencia. A ello se suma la construcción de la Ruta al Sur, que modificó el ingreso y paso por el pueblo, afectando directamente las dinámicas de comercialización del pescado, tanto en los restaurantes locales como en la venta directa en carretera.
En este mismo proceso, algunas familias recibieron indemnizaciones de hasta 40 millones de pesos; sin embargo, se desconoció a la mitad de la población que, además de ser pescadores y pescadoras, también son comerciantes del pescado, aunque no vivan a la orilla del río, pues buena parte del comercio se sostiene a través de la sarteada al borde de la carretera. Querubin señala que una vez más “las empresas llegaron y dividieron a la población, generando malestares internos e injusticias con el proceso de indemnización... nos dan puros pañitos de aguas tibias, eso no es nada”
Otra de las afectaciones comunitarias recae directamente sobre quienes ejercen la pesca como oficio. La señora Cristobalina y el señor Raúl recuerdan que la técnica de la calandriada, que “Antes se sacaban dos o tres canecadas, ahora uno va con dos o tres cuerdas y hay veces que no se logra sacar nada … ya no pasa por las aperturas de las compuertas y lo dañado que está el río”. Cuando el nivel del agua baja demasiado, la cuerda queda en lo seco y se pierde entre la arena; y cuando se abren las compuertas, la corriente abrupta arrastra la cuerda y con ella el esfuerzo invertido. Así mismo el señor Raúl, advierte sobre la gravedad de esta situación para la continuidad de la pesca artesanal: “si todos seguimos con la pesca nos vamos a morir de hambre, eso boliamos y no encontramos”
De igual manera, el señor Daniel complementa estas afectaciones en relación al oficio al mencionar que “Es que antes de Betania, en el 86 que la sellaron, eso por acá, en este río, usted se miraba allá al frente y eso estaba igual que acá, venía a las 11 de la mañana, tipo 2-3 de la tarde y usted veía los patalos, los bocachicos, las manadas andando, el río claarito, era muy bonito, pero entonces ya hicieron Betania y eso mocharon el nacedero, porque todo el pescado venía del Magdalena medio, de las ciénagas del Magdalena medio”.
Añade que “era bueno en el río Suaza coger trucha, pero desde que construyeron la represa no se volvió a ver, ahora toca coger es para el lado de Boquerón o Tarqui para coger la trucha”. La trucha del Magdalena es mejor que la del Suaza porque la trucha del Magdalena es blanca mientras que la trucha del Suaza es pintada”.
Jhon por su parte al hablar de las afectaciones de la represa, se refirió a la calidad y salud de los peces del embalse, en esa zona suelen salir mojarras “con labio laporino, tuertas, o con las aletas carcomidas, con artos defectos”.
Por último, aunque son múltiples las afectaciones, el señor Daniel señala el impacto de la represa en los aspectos culturales y comunitarios, especialmente en la pérdida de los espacios de encuentro cercanos al río. Estos lugares, además de fortalecer los vínculos entre los habitantes de la comunidad, eran puntos de llegada para personas de otros territorios, lo que dinamizaba las economías populares, el tejido social y diversas prácticas culturales ligadas al río. Don Daniel recuerda con nostalgia: “Todo eso allá donde están los árboles, todo eso por allá era bonito, había muchos estaderos… ahorita ya todo es pal ‘Llano de la Virgen’, pero pues allá hay de todo menos agua”.
Ante los diversos impactos generados por la represa El Quimbo, a lo largo de este escrito se han evidenciado múltiples estrategias y formas de adaptación que, aunque surgen como respuesta obligada a las condiciones impuestas por la empresa, también se configuran como expresiones de resistencia. Estas prácticas reflejan la capacidad de las personas y comunidades para buscar alternativas que les permitan sostener su vida cotidiana y defender, en medio de la adversidad, la posibilidad de una subsistencia digna y el derecho al territorio, manteniendo las identidades construidas alrededor de la pesca.
Una de las principales transformaciones ha sido la diversificación de las prácticas económicas. Como ejemplo, Yurani, Cristobalina, Raúl y Querubin, han recurrido al cultivo de pan coger, y así mismo, personas de su comunidad se han abocado por el guaqueo/minería artesanal; en el caso del señor Daniel la vía ha sido la cría y venta de animales. Sin embargo, esta diversificación no implica un abandono total de la identidad pesquera, sino más bien un reacomodo forzado que busca garantizar la subsistencia, sin renunciar del todo, a un oficio que para la trayectoria de sus vidas ha sido un constituyente identitario y, como es en el caso de Don Daniel, una parte sustancial del cuidado propio al entenderlo y vivirlo como, “como algo terapéutico” que le brinda bienestar.
En el plano de las prácticas del oficio, se han generado adaptaciones en las técnicas de pesca, ajustando tiempos, espacios y métodos frente a las alteraciones del caudal y la oxigenación del río. Aunque estas técnicas hoy resultan menos efectivas, su persistencia expresa un vínculo afectivo con el río y un esfuerzo por mantener viva la práctica. Adicionalmente, se considera como un ejercicio de resistencia como lo menciona Querubin al decir “y que por qué no nos vamos a buscar otros artes, porque es que esto es prácticamente una forma de no darle pie a las empresas, de resistir… quien sabe hasta cuándo lo lograremos”
A nivel comunitario, la respuesta se ha orientado en la búsqueda de justicia a través de asociaciones, procesos de movilización e incluso acciones jurídicas, como se demostró en el paro realizado por los y las pescadoras del Centro del Huila en el mes de agosto. Paralelamente, las comunidades han permanecido atentas y críticas frente a las propuestas institucionales vinculadas a la empresa Enel, como comentaba Andy, entre ellas las impulsadas por la UNAD y la Universidad Surcolombiana, que sugieren la implementación de criaderos como alternativa de sustento. Sin embargo, las y los pescadores advierten que estas iniciativas no garantizan las condiciones óptimas para su desarrollo y, además, reafirman su preferencia por mantener la pesca artesanal como oficio.
Por otro lado, la memoria y los saberes de los y las pescadoras se constituyen en una forma de resistencia cultural frente a la pérdida de los lugares de encuentro y de la pesca como práctica colectiva, así como del río como punto de reunión y sentido compartido; pues al evocarlos y resignificarlos se mantiene el sentido de pertenencia y sentido frente al territorio. Esta resistencia se expresa en los relatos que recuerdan fielmente los espacios donde antes se fortalecía el tejido social. Don Daniel lo ilustra con nostalgia: “allá era un muy buen estadero, eso era muy bonito”.
De este modo, las adaptaciones y estrategias desplegadas no pueden leerse únicamente como maniobras de sobrevivencia: en ellas también se inscribe una dimensión política, cultural y afectiva que afirma la continuidad de un modo de vida. Persistir en la pesca a pesar de las dificultades, sostener la memoria cultural en torno al río, y generar procesos de organización política y comunitaria, constituyen afirmaciones de dignidad y reivindicación frente a un modelo extractivo que intenta despojar no solo de los recursos materiales, sino también de las formas de ser y estar en el territorio.
Dicho lo anterior, resulta fundamental reconocer a las y los pescadores del centro del Huila como sujetos de derechos y sujetos políticos. Aunque existan diferencias en sus perspectivas sobre el presente y el futuro, coinciden en asumirse como habitantes de un territorio con aspiraciones y posicionamientos propios, no sólo frente a los impactos de la represa, sino también respecto a la manera en que se configura y se disputa el territorio que habitan.
En el caso de Yurani, Querubín, la señora Cristobalina y el señor Raúl, fue explícita la manifestación de sus posicionamientos frente a la empresa y los múltiples impactos ocasionados por el proyecto hidroeléctrico. Todos ellos han sido parte de Asoquimbo y reconocen que, gracias a la organización social y comunitaria tejida en torno a esta asociación —y a referentes como el profesor Miller—, ha sido posible sostener procesos de movilización y acciones jurídicas orientadas a exigir el cumplimiento de la licencia ambiental y lo ordenado por la Sentencia T-135 de 2013.
Actualmente, su participación se concentra en la exigencia de esto último, y, además, en el seguimiento al proceso de entrega de tierras que adelanta la Agencia Nacional de Tierras para las personas damnificadas por El Quimbo. Según me relató Yurani, esta situación se encuentra atravesada por tensiones y cierta confusión: aunque la Agencia ha iniciado la entrega de hectáreas a familias afectadas, el proceso presenta irregularidades derivadas de cambios administrativos, lo que ha generado disputas sobre quiénes deberían ser beneficiarios. Dichas tensiones involucran también a la representación actual de Asoquimbo, en cabeza de la señora Jennifer Chavarro. Los detalles de este proceso no son compartidos en profundidad, lo que interpreto como una forma de cuidado en el manejo de la información interna por parte de las comunidades.
Por su parte, Querubín expresa un sentir profundamente personal que, sin embargo, adquiere una dimensión política en tanto se convierte en un acto consciente de resistencia frente a políticas externas y extractivistas. Al referirse a la difícil situación de la pesca y a la precariedad de las condiciones laborales, afirma: “No, nosotros ya estamos revestidos de paciencia… y que por qué no nos vamos a buscar otros artes, porque es que esto es prácticamente una forma de no darle pie a las empresas, de resistir… quién sabe hasta cuándo lo lograremos”.
De manera complementaria, Yurani deja entrever que su experiencia en la movilización social está atravesada por la relación con las políticas estatales y la manera en que estas han mediado la protesta. Ante la pregunta sobre posibles represiones recientes de la empresa o de agentes estatales en connivencia con sus intereses, recuerda que en años anteriores (previos al actual gobierno) las movilizaciones siempre eran reprimidas y gaseadas por el ejército o el ESMAD. Sin embargo, señala un cambio reciente: “gracias al gobierno actual hay más garantías para la movilización… en este paro, por ejemplo, no hubo represión como sí la hubo en los anteriores gobiernos”.
Por su parte Andy también refleja una continua y constante movilización al participar activamente de las reuniones que se han venido programando entre entidades como Enel, Universidades como la UNAD o la Surcolombiana y los y las pescadores; y en la agencia que toma al comunicar a sus pares lo hablado en estas reuniones, entendiendo de igual manera la importancia de la información y de la participación de todas y todos en lo programático frente al oficio y el territorio.
Por ejemplo, al llegar a donde estaban unos compañeros pescadores que necesitaban ser auxiliados porque el motor se les había dañado, después de un rato de conversación, Andy les comentó de la reunión que hubo hace poco en la que hablaron de siembra de peces, de las condiciones que se necesitaban, como la instalación de lagos en las casas de los pescadores, propuesta a criterio de Andy un poco descontextualizada de la realidad; a lo que le responde uno de sus compañeros “no pues claro, si siempre nos dicen eso, pero nunca nos ponemos de acuerdo”.
Así mismo ocurrió en otro momento de la jornada, cuando visitamos a Joel y Carmela, habitantes de la represa y amigos de Andy. En medio de la conversación surgió el tema de la entrega de una finca de más de 250 hectáreas a diez familias ajenas a la zona, dentro de los procesos de reubicación promovidos por Enel. Andy sumó a este relato el dato de las regalías: cerca de 3.000 millones de pesos anuales que desde 2015 ingresan a Garzón, recursos que en la práctica no se traducen en mejores condiciones de vida para las comunidades directamente afectadas. Antes de despedirnos, Andy insistió en convocar a sus amigos a participar en las próximas reuniones, entendiendo que el seguimiento comunitario es clave para disputar estos asuntos.
En su reflexión personal, Andy expresó que la gente está cansada de tantas reuniones, sobre todo porque, como recuerda, en ocasiones anteriores la empresa prometió entregar canoas y chalecos que nunca llegaron. Para él, el verdadero camino no está en las promesas incumplidas, sino en consolidar proyectos productivos que garanticen ingresos estables y dignos para los pescadores, por eso enfatiza en que debe impulsarse un proyecto piscícola, pero bajo condiciones que aseguren que sean los propios pescadores quienes lo orienten y decidan su rumbo.
Por su lado Jhon no desconecta su postura crítica de una ética política situada: no rechaza la protesta, pero la pondera según causas y pertenencias: “que me voy a pelear por tierras, si ni soy de acá, a una empresa que sencillamente ni conozco, ni se cómo opera, y me voy a pelear por algo que sencillamente ellos como empresa, y tengan la plata que tengan, sencillamente es de ellos y ellos no tienen ningún compromiso con darme tierras a mí, primero que todo no son mi familia, entonces… Yo de pronto si protestaría algún día por alguna cosa que estén haciendo, digamos, como le digo yo, digamos una operación que dejen decaer la vía a Pitalito, que ya no haya vía, que haya mucho derrumbe, hay ya habría una protesta justa porque, listo, es una vía que se necesita, todos estamos pagando los impuestos, me imagino que ya es algo justo”.
Además, y en contraste con posturas como las de Andy o Yurani, plantea con claridad por qué evita cargos de liderazgo pues en sus palabras: “no, soy una persona que le gusta ser libre, ya tener un cargo de esos ya tendría una responsabilidad y qué pasa, si usted va a ser una responsabilidad, usted estaría disponiéndose a tener enemistades, porque ya las personas no van a ver las cosas como de un punto bueno sino que lo van a ver como una responsabilidad… podrían decir, ay es que aquí no nos llega subsidios ni nada porque como es que ese man no dice nada. Uno se da cuenta de eso. Entonces normal, les colaboro con lo que pueda y ya”.
Es así como se entiende, de cada postura expuesta, que las personas no solo participan de los movimientos locales activamente, sino que también los conciben como parte de un proyecto político más amplio, donde se ponen en tensión las formas de gobernanza territorial y los actores que la conforman. De este modo, ya sea a través de asociaciones, movilizaciones y acciones legales, o desde posturas más situadas y circunstanciales, es necesario reconocer cómo se sostienen miradas críticas que, aunque diversas, se expresan en acciones cívicas o políticas desde lo cotidiano y la práctica del oficio y arte de pesca.
La presente descripción permite profundizar en los elementos que orientan la pregunta central del proyecto de investigación, al situar la mirada no únicamente en los impactos generalizados o las transformaciones derivadas de la represa de El Quimbo, sino en la posibilidad de comprender, desde las experiencias y voces de las y los pescadores, los matices que constituyen sus vidas cotidianas y su forma de habitar el territorio. Estas historias, ancladas en trayectorias particulares, se configuran a la vez como expresiones singulares y como espejos de procesos colectivos, sin que ello implique homogeneización, pues conservan tensiones, diferencias y contradicciones propias de la diversidad social.
Esto se observa de manera sustancial en lo que se observó en relación a la identidad de ser pescador/a artesanal, pues si bien son diferentes los elementos y posturas encontradas de acuerdo a las trayectorias de cada participante, se constituyen como parte de una visión más amplia y complementaria, incluyendo su referente principal de contraste al ser de río o de represa y el tiempo ejercido en el oficio. Elementos que, lejos de considerarse bajo un lente que pretende dar determinaciones o conclusiones externas o academicistas, se expresan de manera descriptiva y abierta de acuerdo a lo compartido.
Así mismo, lo anterior se deja entrever de igual manera en los posicionamientos políticos, pues no se limita a la movilización formalizada, sino que se expresa también en decisiones cotidianas: en la disposición (o no) a asumir roles de liderazgo, en el reclamo de condiciones dignas de vida y en la crítica hacia las promesas incumplidas de las instituciones y empresas. Ello evidencia que la acción política es plural y situada, y que debe comprenderse desde la multiplicidad de voces que, aunque divergentes, sostienen posturas críticas frente a los procesos de despojo, reparación e intervención estatal y empresarial.
Lo anterior, lejos de pretender despolitizar o sobreponer una acción sobre otra, llama al entendimiento de las diferentes posturas que, aunque concuerden o no con una criticidad propia, se encuentran presentes como parte de un panorama real y coyuntural, lo cual permite como punto de partida en la construcción estratégica y colectiva que realmente tenga como centro y punto de inicio lo dispuesto por las comunidades, gestionando los debates orientaciones o interlocuciones que se vean como necesarias en la búsqueda del reconocimiento de todo y todas como personas con derecho al territorio bajo nociones de vida digna.
Por otro lado, es importante dimensionar que los saberes patrimoniales encarnados por las personas y la defensa de lo cultural, quedan supeditados por unas urgencias de subsistencia de quienes, por gusto y decisión de vida (entendiendo esto como parte sustancial del existir y no solo del vivir), ven la necesidad de cambiar no solo su hacer/oficio/arte sino también su propio territorio, circunstancias, que deben ser entendidas bajo el lente de unas políticas impuestas por quienes actualmente ostentan las formas de manejar no solo el control territorial, y sus mal llamados “recursos”, sino también de la vida y trayectoria de las personas.
Lo anterior llama a la urgencia de entender las necesidades primarias de las personas en sus reclamaciones, para no generar posibles juzgamientos o determinaciones frente el “grado” de conciencia o decisión de las personas frente al valor de sus saberes o en sí mismo del oficio y sus aspectos ambientales, sociales, económicos y culturales; pues si bien es un tema que debe ser abordado como parte sustancial de la configuración propia que se da, es necesario reorientar la criticidad a los elementos (dados por órdenes extractivistas, de despojo y violentas) que han contribuido o generado estas supeditaciones.
Así mismo, permite enfocar los posibles proyectos de investigación, no a una búsqueda de interés particular, más no por eso carente de valor, sino como herramientas de articulación en las disputas y posiciones políticas de las personas de esta región. Para ello, se requiere que tales procesos se enmarquen en políticas gubernamentales que se traduzcan en mecanismos verdaderamente transversales y profundos de acción, capaces de responder a las realidades y necesidades de quienes habitan el territorio.
Diálogo entre Disciplinas: ¿Qué tensiones o diálogos entre las miradas (antropológica, sociológica, política) me sugiere esta historia de vida/jornada/taller?
De igual manera, como se ha intentado expresar a lo largo del presente escrito y sus categorías de desarrollo, las problemáticas y vivencias conocidas en las diferentes inmersiones etnográficas se revelan como fenómenos multidimensionales. Estas no se presentan como partes aisladas en las personas o en los territorios que habitan, sino que se entrelazan y complementan, incluso desde sus contrastes, al estar inmersas en dinámicas políticas, territoriales y sociales de mayor escala.
Por ello, se hace necesaria la mirada de distintas disciplinas, además de las percepciones individuales frente al ejercicio, con el fin de enriquecer el trabajo realizado. Al mismo tiempo, son las propias personas del territorio quienes posibilitan este abordaje multidisciplinar, al situarse activamente en el ejercicio al permitir y participar de la observación, la palabra, el diálogo y las preguntas.
Puntos Ciegos o Nuevas Preguntas: ¿Qué aspecto clave siento que no logré capturar? ¿Qué nuevas preguntas me surgen que deberíamos explorar en las siguientes fases del campo?
Del proceso me surgieron preguntas y reflexiones en torno al género, especialmente al evidenciar la presencia de mujeres pescadoras en el río —aunque no en la represa—. Este hecho visibiliza no solo una exclusión marcada en términos de participación, sino también una discriminación que se expresa en distintas dimensiones: institucional, económica, sociopolítica y, cultural. Tales desigualdades se reflejan no solo en el testimonio de Yurani, que lo expone de forma directa, sino también en la reducida proporción de mujeres participantes dentro del presente proyecto.
Entender estas experiencias desde perspectivas feministas permite dimensionar las diferencias de vida que atraviesan a mujeres y hombres, ya sea por sus trayectorias individuales o por los factores externos que se expresan socialmente de múltiples maneras. En este sentido, emergen preguntas centrales: ¿qué diferencias existen en la relación con el río entre pescadoras y pescadores?, ¿qué implica ser mujer en el oficio de la pesca?, ¿qué vínculos organizativos se han tejido o se quisieran tejer entre las pescadoras de la región?, ¿cómo se conciben a sí mismas en relación con los hombres pescadores? Estos interrogantes resaltan la necesidad de problematizar una lógica persistente de discriminación, invisibilización y silenciamiento de las mujeres como sujetas políticas y como habitantes del territorio, quienes, de igual manera, han construido su identidad a partir de sus saberes ligados al río y a la pesca.
Por otro lado, considero que quedó pendiente profundizar en la comprensión de la noción de patrimonio biocultural desde la voz de las personas. Es decir, indagar de manera más directa qué significa para ellas esta categoría y cómo relacionan sus saberes con la preservación de dicho patrimonio. Este ejercicio no solo permitiría trascender un análisis meramente nominal, sino, sobre todo, reconfigurar su interpretación en torno a lo sustancial: brindar contenido a la categoría a partir de percepciones situadas y cotidianas, que la dotan de un sentido político y académico particular. En otras palabras, más que imponer una definición externa, se trataría de reconocer cómo las comunidades mismas re-significan y nutren esta noción, aportando claves para repensarla y matizarla desde sus propias prácticas y experiencias.
Reflexividad: ¿Cómo mi propia presencia o mis preguntas pudieron haber influido en la información obtenida? ¿Qué emociones o dilemas éticos me generó la jornada?
Siento que las preguntas que realicé pudieron, en algunos momentos, ser apresuradas o estar guiadas por el afán de cumplir con la guía de observación, lo que llevó a cambios abruptos de tema o a pasar por varios asuntos sin profundizar lo suficiente en cada uno. No obstante, también reconocí que esto podía tener un aspecto positivo, en tanto permitió que la interacción no se sintiera como una entrevista rígida, sino más bien como una conversación cercana y fluida. Siento que la mayoría de los temas relevantes fueron abordados, quizá no en un orden lineal, pero sí a lo largo de toda la jornada, lo cual aportó riqueza a las dinámicas de diálogo.
De igual manera, es importante reconocer que la presencia y la voz del investigador siempre generan condicionamientos en las prácticas cotidianas de las personas. Esto fue evidente, por ejemplo, en el cambio de ritmo de trabajo durante las faenas de pesca, o en la manera en que se dieron algunas conversaciones entre quienes estaban presentes.
Como dilemas éticos, sentí que el proyecto, aunque se constituyó como una herramienta valiosa, también planteó un desafío frente a las necesidades expresadas por las personas. No se puede desconocer el valor sustancial de generar espacios más estables de articulación comunitaria, en particular cuando se fundamentan en la activación de las economías populares. Sin embargo, sobre este punto considero necesario mantener como horizonte la construcción de procesos con continuidad, para evitar que las acciones bienintencionadas terminen reproduciendo un orden burocrático que promueve actividades fragmentadas y, en últimas —aunque suene crudo—, se limite a una extracción de información que no genera transformación.
De manera transversal, pude rearfirmar que existen muchas posibilidades y voluntades entre quienes formularon el presente proyecto, lo atravesaron desde el trabajo de campo y quienes, desde la comunidad del Centro del Huila, aceptaron voluntariamente ser parte de él; para la búsqueda de un buen vivir común y condiciones de vida más justas Por eso, como elemento central, me queda el agradecimiento con el proyecto y especialmente hacia los y las pescadoras, con quienes emergieron numerosos dilemas, reflexiones y aprendizajes ético-políticos que dialogaron y se contrastaron con mis propias visiones de mundo; elementos que aún sigo digiriendo, y por lo tanto, no creo poder desarrollar ampliamente en la presente sección.